Estoy como loca, ya sé. Creo que estoy exagerando porque no es muy fácil andar haciendo cortes a lo que este hombre tiene para decir. Esta parte de la entrevista es una de las más interesantes para mí y bastante pedagógica.
CP: Se suele decir que en tu obra hay una primera
etapa consagrada a la historia de la filosofía. Escribiste libros sobre David
Hume, Nietzsche, Kant, Bergson, Spinoza y ahora Leibniz. Los que no te habían
leído y te consideraban un comentador se quedaron muy sorprendidos con El
Anti-Edipo y Mil Mesetas. Como si hubiera nacido un Mr. Hyde que dormitaba en
el Dr. Jeckyll. ¿Qué es lo que te gustaba y te sigue gustando en la historia de
la filosofía?
GD: Es un asunto complicado. Yo tengo y vivo la idea
de que la filosofía no tiene nada que ver con especialistas, de que no es una
especialidad o, si lo es, lo es en el mismo sentido que la pintura, la música,
etc. El problema intento plantearlo de otro modo.Para mí la historia de la
filosofía es una especie de arte del retrato. Uno hace el retrato de un
filósofo, pero hace el retrato filosófico de un filósofo. Así que es una
actividad que forma parte de la filosofía misma al igual que el retrato forma
parte de la pintura. Invoco a pintores como Van Gogh o Gauguin porque hay algo
en ellos que me impresiona y es esa especie de enorme respeto e incluso miedo
ante el color. Resulta particularmente divertido que estos pintores se cuentan
entre los mejores coloristas pero si reconsideramos la historia de su obra,
para ellos, abordar el color es algo que se hace con temblores. Ellos no se
consideran dignos de hacer verdaderas pinturas. Tuvieron que pasar años antes
de que abordaran el color y cuando lo hicieron todos ya conocen el resultado.
La filosofía es
como el color. Antes de entrar en la filosofía hay que tomar muchas
precauciones. Antes de llegar a inventar conceptos (el color en la pintura)
hace falta mucho trabajo. Y yo creo que la historia de la filosofía es esa
lenta modestia. Hay que hacer retratos durante mucho tiempo.
CP: Sabemos cuál es la utilidad de la historia de la
filosofía para vos. ¿Pero cuál es para la gente en general?
GD: Me parece que es muy sencillo: sólo se puede
comprender qué es la filosofía mediante la historia de la filosofía, siempre
que la concibamos como es debido. Porque algo que me parece seguro es que un
filósofo no es alguien que contempla, ni siquiera alguien que reflexiona. Un
filósofo es alguien que crea. Sencillamente, crea un tipo de cosas
completamente especial: crea conceptos.
¿Para qué sirve?
¿Por qué crear conceptos? ¿Qué es un concepto?
Platón creó un
concepto que no existía antes de él y que se suele traducir por “Idea”. Para
hacer filosofía hay que preguntarse de verdad: ¿Qué es concretamente ese
concepto?, ¿qué es una Idea?, ¿qué es una idea para Platón? En ese momento ya
estoy haciendo historia de la filosofía. Intentaría explicar a la gente –y esa
es la teoría del profesor- que lo que yo creo que Platón llama “Idea” es una
cosa que no sería otra cosa, que no sería más que lo que es. De nuevo parece
abstracto. Pongo otro ejemplo: tomemos una madre. Una madre que no sería sino
madre, que no sería a su vez hija de otra madre. Es lo que habría que llamar la
“Idea de madre”: una cosa que no es más que lo que es. Eso es más o menos lo
que quiere decir Platón cuando dice: “Sólo la justicia es justa”. Supongan
entidades tales que no sean más que lo que son: las llamamos “Ideas”. Así crea
un verdadero concepto que no existía con anterioridad: la idea de la cosa en
tanto que pura; es la pureza lo que define a la Idea.
Platón no dice lo
que dice al azar. Por el contrario se encuentra en una situación muy concreta:
pase lo que pase hay pretendientes, hay gente que dice: “Para eso yo soy el
mejor”. Pongamos un ejemplo: él da una definición del político y dice que el
político es el pastor de hombres. Pero entonces llega mucha gente que dice: “En
ese caso el político soy yo”. Pueden decirlo el comerciante, el labrador, el
médico. O sea, hay rivales. Entonces la cosa empieza a tornarse más concreta.
Decía que un filósofo crea conceptos. En nuestro caso Platón crea el concepto
de Idea, la cosa en tanto que pura. El lector no comprende inmediatamente el
por qué, pero si reflexiona sobre su lectura, se da cuenta de que ello se debe
a la siguiente razón: hay toda una serie de rivales que pretenden a la cosa y
de que el problema platónico no es en
modo alguno qué es la Idea
sino cómo seleccionar a los pretendientes, cómo descubrir entre ellos al
buen pretendiente. Y la Idea,
la cosa en estado puro, es la que seleccionará
a aquél que más se acerce a ella. Así podemos avanzar un poco porque
diría que todo concepto remite a un problema. En este caso: ¿cómo seleccionar a
los pretendientes? Si hacemos filosofía en forma abstracta, ni siquiera vemos
el problema pero cuando éste se encuentra, todo se torna concreto. La filosofía consta del problema y del
concepto: el problema es cómo seleccionar a los pretendientes y el concepto es la Idea que me permitirá
seleccionarlos sin que importe cómo habré de hacerlo.
Ahora bien, ¿por
qué ese problema y ese concepto se forman en la ciudad griega? Y sí, es un
problema típicamente griego, un problema de la ciudad democrática (aunque
Platón no acepta el carácter democrático de la ciudad). En una ciudad
democrática una magistratura es objeto de pretensiones. En una forma imperial,
como las que había en la época griega, hay funcionarios nombrados por el gran
emperador y no existe rivalidad entre pretendientes.
La filosofía
también tendrá sus pretendientes, de ahí la lucha de Platón contra los
sofistas. Según él los sofistas son pretendientes a algo a lo que no tienen
derecho. ¿Qué va a definir el derecho o no derecho de un pretendiente? Éste es
un problema divertido como una novela.
Pongo un último
ejemplo que no tiene nada que ver. Mucho tiempo después, aparece un filósofo
que se llama Leibniz y que inventa un concepto extraordinario al que da el
nombre de “mónada”. La mónada
leibniziana designa a un sujeto en tanto que expresa la totalidad del mundo y
que, expresándola, no expresa claramente más que una pequeña región del mundo:
su territorio, lo que Leibniz llama su “departamento”. ¿Por qué lo crea? ¿Por
qué decir eso y no otra cosa? Hay que encontrar el problema, no porque él lo
oculte sino porque en ello reside el encanto de leer filosofía.
¿Cuál es el
problema que plantea? A saber: no hay nada en el mundo que no exista plegado.
Él vive el mundo como un conjunto de cosas que están plegadas las unas a las
otras. Lo que importa es la idea de un mundo que está plegado, en el que todo
es pliegue de pliegue, de tal suerte que nunca se llegue a algo completamente
desplegado. Él construye el concepto de un alma que expresa el mundo entero, es
decir, en el que el mundo entero se encuentra plegado.
Entonces podemos
preguntarnos ¿qué es un mal filósofo y qué es un gran filósofo? Un mal filósofo
es alguien que no inventa ningún concepto. En ese momento no hace filosofía.
Dice: “esto es lo que pienso”. No inventa ningún concepto ni plantea ningún
problema. De esta suerte, hacer historia
de la filosofía es ese largo aprendizaje en un doble dominio: la constitución
de los problemas y la creación de los conceptos.
La gente habla
pero no se sabe nunca de qué problemas habla. Sólo emiten opiniones.
Conocemos con
rigor las preguntas, pero si yo pregunto si existe Dios, ello no constituye
ningún problema. ¿Cuál es el problema que está detrás de la pregunta por la
existencia de Dios? A la gente le importa un pito. Lo que importa es por qué
dicen lo que dicen y qué concepto de Dios van a fabricar. De lo contrario te
quedás en la tontería y no hacés filosofía. Encontrar un problema no es tan
diferente de lo que tenés que hacer cuando estás frente a un cuadro.
Los problemas,
además, evolucionan. Algunos problemas planteados por Platón siguen siendo
válidos a costa de algunas transformaciones. ¿Qué es la evolución de los
problemas? Yo creo en una especie de devenir del pensamiento que hace que los
problemas no se planteen de la misma manera. Como un llamamiento urgente que
apela a la necesidad permanente de crear; de recrear, nuevos conceptos.
CP: ¿Cómo evoluciona un problema a través del tiempo?
GD: Un ejemplo: en el siglo XVII, ¿cuál es la
preocupación negativa de la mayoría de los grandes filósofos? Impedir el error. Y luego hay un
deslizamiento muy lento, de tal suerte que en el siglo XVIII empieza a nacer un
problema muy diferente. Ya no se trata de denunciar el error, sino de denunciar las ilusiones. El problema
que empieza a nacer es completamente nuevo. La cuestión ya no es cómo evitar el
error sino cómo llegar a disipar las ilusiones de las que se rodea el espíritu.
Y luego, en el siglo XIX sucede como si aquello se deslizara de un lado a otro
sin llegar a estallar del todo y se plantea la siguiente cuestión: ¿cómo conjurar la necedad? Ya no se
trata de la ilusión, se trata de que los seres humanos, en tanto criaturas
espirituales, no dejan de decir tonterías. Por ejemplo: la evolución de la
burguesía en el siglo XIX que hace de la necedad un problema urgente.
Bien, pero hay
algo más profundo en esa especie de historia de los problemas que afronta el
pensamiento, y cada vez que se plantea un problema aparecen nuevos conceptos.
De tal suerte que, si comprendemos la filosofía como creación de conceptos y
constitución de problemas (más o menos ocultos que hay que descubrir) nos damos
cuenta que la filosofía no tiene rigurosamente nada que ver con lo verdadero y
lo falso. La filosofía no consiste en buscar la verdad. Buscar la verdad es
algo que no quiere decir rigurosamente nada. Y si se trata de crear conceptos o
construir un problema no es asunto de verdad o falsedad sino que es una cuestión de sentido. Hacer filosofía es constituir
problemas que tengan sentido y crear los conceptos que nos permitan avanzar en
la comprensión y la solución del problema.
CP: Vos aclaraste a propósito de Spinoza –y también lo
podemos aplicar a Nietzsche- que ellos te ponían en contacto con la parte algo
oculta y maldita de la historia de la filosofía. ¿Qué querías decir con ello?
GD: Para mí esa parte oculta se trata de gente, de
pensadores, que han rechazado toda trascendencia. Autores que rechazan todos
los universales –es decir, la idea de que el concepto tiene un valor universal-
y toda la trascendencia – es decir, toda instancia que supere a la tierra y a
los seres humanos. Son autores de la inmanencia.
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