"Mucha gente piensa que la filosofía es algo muy abstracto y para especialistas. Yo tengo y vivo la idea de que la filosofía no tiene nada que ver con especialistas, de que no es una especialidad o, si lo es, lo es en el mismo sentido que la pintura, la música, etc." Gilles Deleuze

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Entrevista. Letras U, V, W, X, Y y Z


 Estas letras son delirantes!

CP: Llegamos al final, así que vamos rápido.
U” es el “Uno”;
V” es el “Viaje”;
W” es el no a “Wittgenstein”;
X” es una desconocida;
Y” se la dejamos a los platónicos
Y la “Z” es la frutilla del postre.
Vamos con la U. Uno. Un. La filosofía o la ciencia tratan de lo universal. Sin embargo, vos siempre decís que la filosofía debe permanecer en contacto con singularidades. ¿No hay en ello una paradoja?

GD: No, no hay paradoja porque la filosofía, e incluso la ciencia, no tienen rigurosamente nada que ver con lo universal, de modo que se trata de ideas recibidas, ideas de opinión. La opinión sobre la filosofía es que trata de universales, la opinión sobre la ciencia es que trata de fenómenos universales, que siempre pueden repetirse, etc. Pero incluso si observás una fórmula como “todos los cuerpos caen”, lo importante no es que los cuerpos caigan: lo más importante es la caída y las singularidades de la caída. Estamos de acuerdo con que las singularidades científicas como las singularidades matemáticas en las funciones, o las singularidades físicas, o las químicas (punto de congelación, etc) son reproducibles, ¿y qué? Son fenómenos secundarios, son procesos de universalización, pero de lo que trata la ciencia no es de universales, sino de singularidades. “Punto de congelación”: ¿cuándo cambia de estado un cuerpo, cuándo pasa del estado líquido al sólido? La filosofía no trata del Uno, del Ser… eso son pavadas. Trata también de singularidades. Sería preciso preguntar qué son las multiplicidades. De hecho nos encontramos siempre con multiplicidades que son conjuntos de multiplicidades. La fórmula de la multiplicidad o de un conjunto de singularidades es n-1, es decir: el Uno es lo que hay que sustraer siempre.
La filosofía no trata de universales. Mirá, si querés, podríamos hacer tres tipos de universales: están los universales de contemplación (las Ideas con “i” mayúscula); están  los universales de comunicación  y finalmente, los de reflexión. Ello implica que se defina a la filosofía ya como contemplación, ya como reflexión, ya como comunicación. En los tres casos, resulta cómico, resulta francamente gracioso. El filósofo que contempla, de acuerdo, hace reír a todo el mundo; el filósofo que reflexiona no hace reír, pero es aún más tonto, porque nadie necesita a un filósofo para reflexionar. Así, los matemáticos, no necesitan ningún filósofo para reflexionar sobre sus matemáticas; un artista no necesita buscar un filósofo para reflexionar sobre la pintura o sobre la música. En fin, decir que la filosofía es “una reflexión sobre” es despreciar a la filosofía y a aquello sobre lo que se supone que ha de reflexionar. En cuanto a la comunicación, de esto no hablo, porque la idea de que la filosofía es la instauración de un consenso en la comunicación a partir de universales de la comunicación es la idea más divertida que hemos podido jamás escuchar. La filosofía no tiene rigurosamente nada que ver con la comunicación. La comunicación se basta muy bien a sí misma; es una cuestión de opinión y de consenso, es el arte de las interrogaciones. La filosofía consiste en crear conceptos, y esto no es comunicar. Y el arte no es la ciencia, ni la filosofía: no es contemplativo, ni reflexivo, ni comunicativo: es creativo, eso es todo.


CP: Entonces, dejamos a un lado los universales.  Pasemos directamente a V, los viajes. Y esto es la demostración de que un concepto es una paradoja, porque vos inventaste una noción, un concepto – el “nomadismo”- pero odiás los viajes. Podemos hacer esa revelación, a estas alturas de la conversación: “Deleuze odia los viajes”. Primero, ¿por qué los odiás?

GD: No odio los viajes, odio las condiciones, para un pobre intelectual, en las que se viaja. Tal vez, si viajara de otro modo, adoraría los viajes. ¿Qué quiere decir viajar? Quiere decir ir a una conferencia al otro extremo del mundo si es preciso, y con todo lo que ello acarrea antes y después: hablar antes con gente que te recibe amablemente, hablar después con gente  que te ha escuchado amablemente –hablar, hablar, hablar… El viaje de un intelectual es lo contrario de un viaje. Ir al otro extremo del mundo para hablar y para ver a gente antes y después, es algo que podría hacer en su casa. Es un viaje monstruoso. Entonces, dicho esto, lo cierto es que no tengo ninguna simpatía por los viajes; no obstante, no lo considero un principio, no pretendo tener razón. ¡Dios me libre!
En mi caso ¿qué hace que el viaje me resulte antipático? Por un lado, tiene siempre un aspecto de falsa ruptura, de una ruptura barata.  Y, en fin, a mí me pasa enteramente lo que decía Fitzgerald: “No basta un viaje para hacer una verdadera ruptura”. Si querés hacer una ruptura, hacé otra cosa en vez de viajar, porque, al fin y al cabo, ¿qué ve uno? La gente que viaja, viaja mucho y luego, sintiéndose incluso orgullosa de ello, dice que es para encontrar a un padre. Hay grandes periodistas que hacen libros sobre ello: han estado en todas partes, en Vietnam, en Afganistán, donde quieras, y dicen fríamente que siempre estuvieron en busca de un padre. El viaje no vale la pena, y a fin de cuentas me parece muy edípico en este sentido. Entonces, pienso que no, que así no puede ser. Me parece que para la segunda razón que quiero dar hay una frase admirable, como siempre, de Beckett, que hace pronunciar a uno de sus personajes (más o menos, cito mal, lo dice mucho mejor que yo): “Después de todo uno es estúpido, pero no tanto como para viajar por placer”. Esta frase me parece plenamente satisfactoria: yo soy estúpido, pero no tanto como para viajar por placer. Y bueno, queda un tercer aspecto del viaje. Vos me llamás “nómada”: sí, siempre me han fascinado los nómadas, pero precisamente porque son gente que no viaja. Puede haber gente enormemente respetable que sea vea obligada a viajar: los exiliados, los emigrantes. Se trata de un tipo de vije que no tiene nada de gracioso, porque son viajes sagrados, viajes forzados. Pero los nómadas viajan poco. Lejos de viajar,  permanecen literalmente inmóviles, todos los especialistas en los nómadas lo dicen: no viajan porque no quieren irse, porque se aferran a la tierra, su tierra. Ella se convierte en un desierto pero ellos se aferran a ella: nomadizan a fuerza de querer quedarse en una tierra. Así, pues, en cierto sentido podemos decir: nada es más inmóvil que un nómada, nadie viaja menos, son nómadas porque no quieren irse. Y es por esa razón que están tan absolutamente perseguidos. Y al respecto del prácticamente último aspecto del viaje que lo hace muy poco atractivo para mí, hay una frase muy hermosa de Proust que dice: “Al fin y al cabo, ¿qué hacemos cuando viajamos? Siempre verificamos algo. Verificamos que tal color que hemos soñado se encuentra allí en efecto”. Y a esto añade lo que es muy importante: “Un mal soñador es alguien que no va a comprobar si el color que ha soñado está allí de verdas, pero un buen soñador sabe que hay que ir a verificar si el color realmente está allí”. Y ésta, pienso, es una buena concepción del viaje.

CP: ¿Te parece que es una fantástica regresión?

GD: No, al mismo tiempo, hay viajes que son verdaderas rupturas; por ejemplo Lawrence… sí. Hay grandes escritores por los que siento una enorme admiración y que tienen un sentido del viaje… Por ejemplo, pienso en los viajes de Stevenson. Pero cuidado, que con esto no digo nada: lo que digo no tiene ninguna generalidad. Creo que, al menos en lo que me concierne, alguien a quien no le gustan los viajes debe tener esas cuatro razones.

CP: ¿Y tu odio de los viajes está vinculado a tu lentitud natural?

GD: No, porque uno concibe viajes muy lentos. Sí, en todo caso, no tengo necesidad de moverme. Todas las intensidades que tengo son intensidades inmóviles. Las intensidades se distribuyen en el espacio o bien en otros sistemas, pero no necesariamente en el espacio exterior. Yo te aseguro que cuando leo un libro que admiro, que me gusta, la verdad, tengo entonces la impresión de atravesar estados tales, emociones semejantes, que un viaje nunca me ha proporcionado. Así que, para qué ir a buscar esas emociones, que no me convienen mucho, cuando están a mi alcance, con mayor hermosura, en sistemas inmóviles, como la música o la filosofía. Con ello quiero decir que hay una “geomúsica”, hay una “geofilosofía”… son países profundos. Y además son mis países, sí.

CP: ¿Las tierras extranjeras?

GD: Son mis propias tierras extranjeras, que yo no encuentro en los viajes, no, no.

CP: Bueno, sos la ilustración perfecta de que el movimiento no reside en el desplazamiento, pero después de todo viajaste un poco, estuviste en Líbano (porque diste conferencias), en Canadá, en Estados Unidos.

GD: Sí, claro que lo hice. Hice demasiados. Aunque debo decir que siempre fui arrastrado. Ahora ya no lo hago, pero jamás debería haberlo hecho. Además, en aquella época me gustaba andar (recuerdo que recorrí Beirut a pie de sol a sol, sin saber adónde iba, realmente me gustaba eso), pero ahora me cuesta más, así que ya ni siquiera me lo planteo. Todo eso se acabó.

CP: Bueno, pasemos a la W.

GD: ¡no hay nada en la W!

CP: Sí, es Wittgenstein; ya sé que no sifnifica nada para vos, pero me gustaría que dijeras sólo unas palabras…
Ludwig Wittgenstein

GD: De eso nada, no. No quiero hablar de eso. Para mí es una catástofre filosófica, es el tipo mismo de una escuela, es una regresión masiva de toda la filosofía. El caso Wittgenstein es muy triste: es la pobreza instaurada como grandeza; en fin, no hay palabras para describir ese peligro que no es la primera vez que se repite, pero es grave. Los wittgenstenianos han montado un sistema de terror so pretexto de hacer algo nuevo. Si se salen con la suya, entonces se habrá cometido un asesinato de la filosofía. Son asesinos de la filosofía.

CP: ¿Y es grave?

GD: Sí, sí… ¡Es precisa una gran vigilancia!

CP: Bueno, la X es una desconocida; la Y es indecible, así que pasamos directamente a la última letra del alfabeto, y la última letra del alfabeto es la Z.

GD: Mirá, no viene mal.

CP: Bueno, no es la Z del Zorro justiciero (como hemos podido saber a lo largo de este alfabeto, no te gustan los juicios), sino la Z de la bifurcación, del relámpago.

GD: Sí.

CP: La que aparece en el nombre de los grandes filósofos: Zen, Zaratustra, Leibniz, Spinoza, Nietzsche, Bergzon y, por supuesto, Deleuze…

GD: Ah, sos muy ingeniosa con Bergzon (porque no se escribe con z) y muy atenta conmigo. La Z es una letra formidable, que además nos devuelve a la A… la mosca, el Zen de la mosca, el zeg-zeg, el zig-zig de las moscas, el zig-zag. Es la última palabra, no hay palabras después del zig-zag… está bien terminar ahí. Y bueno, ¿qué ocurre, en efecto, en la Z? El Zen es lo  inverso de nez (nariz) que, a su vez, es un zig-zag. El movimiento, la mosca: ¿qué es eso? Es tal vez el movimiento elemental, es tal vez el movimiento que ha presidido la creación del mundo. En este momento, como todo el mundo, me intereso por cosas: leo sobre el big-bang, la creación del universo, la curvatura infinita, todo eso. Hay que decir que, en el origen de las cosas, no está el big-bang, está la Z. La bifurcación debería ser reemplazada por la Z, que es el Zen, que es el trayecto de la mosca. ¿Y esto qué significa? Para mí es lo que decíamos antes sobre que no hay universales, sino conjuntos de singularidades. La cuestión es: ¿cómo poner en relación singularidades inconexas, o poner en relacion potenciales si hablamos con los términos de la física? ¿Podemos imaginar un caos lleno de potenciales? Ahora, ya no me acuerdo qué disciplina vagamente científica tiene un término al respecto que me gustó tanto que lo utilicé en un libro. Allí se explicaba que entre dos potenciales se produce un fenómeno, que era denifido mediante la idea de un “precursor sombrío”. El “precursor sombrío” es lo que pone en relación potenciales diferentes, y que una vez realizado su trayecto, los dos potenciales entran como en estado de reacción, donde fulgura el acontecimiento visible: el relámpago. Así, pues, tendríamos el precursor sombrío y luego el relámpago, y bueno, así nace el mundo: siempre hay un precursor sombrío, al que nadie ve, y luego el relámpago que ilumina, y eso es el mundo. O el pensamiento debería ser así, la filosofía debería ser eso: la gran Z, ¿no? Y esa es también la sabiduría del Zen. El sabio es el precursor sombrío, y luego el estacazo, porque el maestro Zen se dedica a repartir estacazos: el estacazo es el relámpago, que hacer ver las cosas. Y así hemos terminado, porque…

CP: ¿Estás contento de llevar una Z en tu nombre?

GD: ¡Me encanta!

CP: Fin.

GD: Qué gusto haber hecho esto… ¡Póstumo, póstumo!

CP: Post-Zume

GD: ¡Ya está! Y muchas gracias por toda tu atención.

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