Melville |
CP: La literatura frecuenta tus libros de filosofía y tu vida. Vos leés y releés muchos libros de literatura, “la gran literatura”. Siempre has tratado a los grandes escritores como pensadores. Escribiste sobre Proust, Lewis Carroll, Zola, Sacher-Masoch (quién es!!!), Kafka. Quisiera saber, en primer lugar, si siempre leiste mucho.
GD: Oh, sí. En un determinado momento, leía mucha más filosofía pero luego tuve tiempo para leer novelas, pero las grandes novelas las he leído toda mi vida, sí, cada vez más. El caso es que ¿me sirve para la filosofía? Seguramente… Por ejemplo, lo que debo a Fitzgerald, que sin embargo no es un novelista muy filósofo, es inmenso. Lo que debo a Faulkner es también muy grande. Pero la cosa se explica por sí sola, justamente, en función de lo que hemos dicho: es la historia que dice que el concepto nunca existe solo. El concepto, al mismo tiempo que prosigue su tarea, hacer ver cosas, está en conexión con perceptos y resulta que, de repente, lo encontramos en una novela. Además, hay problemas de estilo que son los mismos en filosofía y en la literatura.
Planteemos
ahora una cuestión muy sencilla: los
grandes personajes de la literatura son grandes pensadores. Acabo de
releer buena parte de Melville: el Capitán Achab es un gran pensador, Bartebly,
aunque no del mismo tipo, es un pensador. Es la tarea del literato que, porque
no puede hacerlo todo a la vez, está atrapado en el problema de los perceptos y
de hacer ver, hacer, percibir y crear personajes. ¿Te das cuenta de lo que es
crear un personaje? Es algo pasmoso. El filósofo crea conceptos. Pero resulta
que todo ello se comunica mucho porque el concepto, en algunos aspectos, es un
personaje y el personaje tiene la dimensión del concepto.
Lo que
hay en común, para mí, es que las dos actividades, la gran literatura y la gran
filosofía, dan fe de la vida. Es lo
que antes llamaba “la potencia”. Por
esa misma razón los grandes autores no tienen muy buena salud. ¿Por qué hay literatos que no tienen una
gran salud y son los mismos por los que tal vez pasa la vida a raudales? En cierta manera, tanto la salud delicada de
Spinoza como la salud delicada de Lawrence, son prácticamente lo que decía sobre
el lamento: han visto algo demasiado grande para ellos. Son videntes, no son
capaces de aguantarlo, aquello los hace añicos. Chéjov sería uno de esos casos.
¿Por qué Chéjov está tan destrozado? Ha visto algo. Los filósofos y los
literatos están el mismo punto. Hay cosas que logran ver y de las que,
literalmente, no vuelven. ¿Qué cosas son
esas? Eso varía mucho con arreglo a los autores, pero, por regla general,
se trata precisamente de perceptos en el limite de lo soportable, o de
conceptos en el límite de lo pensable. De esta suerte, entre la creación de un
gran personaje y la creación de un concepto veo tantos vínculos que, en cierto
modo, es una misma empresa.
W. Faulkner |
CP: ¿Y
vos, justamente, te considerás un escritor en filosofía, en el sentido en que
se habla de escritor desde el punto de vista de la literatura?
GD: no
sé si me considero un escritor en filosofía. Sí sé que todo gran filósofo es un
gran escritor.
CP: no
hay ninguna nostalgia de una obra novelesca cuando uno es un gran filósofo, en
fin, hablo por vos, naturalmente…
GD: No,
porque eso no se plantea. Es como si dijeras a un pintor “¿Por qué no hacés
música?” Hay casos en los que se puede concebir perfectamente que un filósofo
haga por otra parte novelas. ¿Por qué no? Sartre lo intentó, no creo por ello
que Sartre fuera un novelista, pero lo intentó. ¿Ha habido casos de grandes
filósofos que hayan escrito una novela importante? Que yo sepa no. Pero, en
cambio, veo filósofos que han creado personajes. Platón creó personajes,
eminentemente. Nietzche creó personajes, Zaratustra principalmente. Así que ahí
se dan estos cruces de los que hablamos todo el tiempo. Y la creación de
Zaratustra se me antoja poética y, literariamente, un inmenso acierto. Lo mismo
con los personajes de Platón. Son puntos en los que uno ya no sabe muy bien qué
es concepto y qué es personaje. Esos son los momentos más bellos.
CP: Quisiera
plantearte una última pregunta. Vos leés y releés a los clásicos, pero uno
tiene la impresión de que no leés a muchos autores contemporáneos, o la
impresión de que no te gusta tanto descubrir la literatura contemporánea. Es
decir, uno tiene la impresión de que siempre vas a preferir ocuparte de un gran
autor, o releer a un autor antes que ver lo que sale, o lo que nos es
directamente contemporáneo.
GD:
Entiendo perfectamente lo que querés decir y respondo rápidamente. No se trata
en modo alguno de que no me guste, sino que esa es una verdadera actividad
especial y muy difícil –muy difícil en
una producción contemporánea- en la que también hay que estar formado para
tener el gusto. Es algo que se aprende. Yo admiro muchísimo a la gente que va a
las galerías y que tiene la impresión de que allí hay un pintor de verdad. Pero
yo no soy capaz. Por darte la razón, tuvieron que pasar cinco años hasta que
logré comprender un poco la novedad de Beckett; luego la vi enseguida. Pero
respecto a la novedad de Robbe-Grillet, fui el más tonto de los tontos cuando
hablaba sobre él en sus comienzos, no comprendía nada. A este respecto no soy
un descubridor.
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