"Mucha gente piensa que la filosofía es algo muy abstracto y para especialistas. Yo tengo y vivo la idea de que la filosofía no tiene nada que ver con especialistas, de que no es una especialidad o, si lo es, lo es en el mismo sentido que la pintura, la música, etc." Gilles Deleuze

martes, 15 de noviembre de 2011

Entrevista. Letra M (maladie = enfermedad)


No se dejen asustar por el tema de la letra M, hay otros peores en ella: vejez, cansancio, médicos, medicamentos y también  comida.  Para quienes no se han animado a leerlo o han tenido fiaca, esta letra resultó ser extravagantemente divertida. Tuve que dejar de poner párrafos en negrita porque todo me daba risa. Tal vez encuentren mezclado en el texto algunas pavadas que yo escribí, me permito hacerlo en esta parte de la entrevista porque la M resultó ser desopilante... quién lo diría. 
Muy gracioso especialmente lo que dice sobre la comida y los médicos.


CP: ¿Es una casualidad? Muchos grandes escritores tienen una salud delicada. Poco vividores, pero grandes visionarios. Justo después de poner el punto final al manuscrito de Diferencia y repetición, en 1968, sos hospitalizado por una tuberculosis muy grave. Vos, que habías podido decir, a propósito de Nietzsche y Spinoza, hasta qué punto los grandes pensadores tenían una salud delicada, te ves obligado a vivir, en adelante, con la enfermedad. ¿Sabías que tenías tuberculosis desde mucho tiempo antes?

GD: Sabía que tenía algo malo desde mucho antes, pero creo que soy como la mayoría de la gente: no tenía un deseo enorme de saberlo, y además, también como la mayoría de la gente, pensaba naturalmente que era un cáncer, así que no me sentía acuciado.
¿La enfermedad facilita las cosas para alguien que se propone pensar? Yo creo, en efecto, que un estado de salud muy pobre es favorable para estar a la escucha de la vida. Lo cierto es que uno no puede pensar si no está ya en un dominio que excede un poco sus fuerzas, es decir, que lo vuelve frágil.

CP: Pero tus relaciones con los médicos y los medicamentos cambiaron a partir de ese momento, es decir, tuviste que visitar médicos, supuso una especie de obligación, sobre todo porque a vos no te gustan mucho los médicos.

GD: No se trata de nadie en particular, pero la manera que tienen de manejar el poder me parece odiosa. Trabajan cada vez más con aparatos y pruebas, bastante desagradables para el paciente, pruebas de las que uno tiene la impresión que carecen del menor interés, salvo el de reconfortar su diagnóstico. Y ellos se sirven de esas pruebas de un modo inadmisible. Lo que supone una alegría para mí es que, cada vez que pasé o pude pasar por uno de sus aparatos, mi respiración era demasiado débil para ser registrada. ¿Querés un chisme? No pudieron hacerme una ecografía. Y, para mi júbilo, en ese momento se ponían furiosos. Creo que en esos momentos odian a su pobre paciente, porque ellos aceptan muy bien equivocarse en el diagnóstico, pero lo que no aceptan es que uno no sea captado por sus aparatos. Además, son demasiado incultos: cuando empiezan a hablar de la cultura, es una catástrofe. En fin, los médicos son una gente muy extraña. Mi consuelo es que ganan mucho dinero pero no tienen tiempo para gastárselo porque llevan una vida enormemente dura. Sí, los médicos no me atraen mucho –con independencia de las personalidades, lo repito, que pueden ser exquisitas- en su función, la verdad es que tratan a la gente como perros. Y en ello entra la lucha de clases, porque si uno es rico son mucho más educados, salvo en la cirugía –los cirujanos son un caso especial. Pero con los médicos la cosa no va bien, habría que hacer una reforma, porque al fin y al cabo hay un problema.
Todos se dieron cuenta que el texto continúa una vez que hacen click en el link "Más información", no???

 Jijijiji si supiera Deleuze lo que dijo mi traumatólogo cuando fui a su consultorio con un libro de él (de Deleuze).

Dr:  ¿Qué estás leyendo?
Yo:  Deleuze
Dr: ¿Y ese quién es?
Yo: Un filósofo
Dr.: ¿está vivo?
Y tontamente digo yo: No, se suicidó.
A continuación el Dr. me reza “ese” desagradable rosario que hemos escuchado miles de veces y dice: 
Dr.: Entonces no vale la pena que lo leas, te va a hacer mal. Te va a hacer mal. 
Yo: (suspiro)

Ahora quisiera decirle que hubiera preferido que mi pié lo operara Deleuze!!!

CP: ¿Te distrae tomar medicamentos?

GD: En mi estado actual, sí, porque son muchos. Un montoncito todas las mañanas, tiene algo de payasada. Pero tengo la impresión de que además es muy útil. Yo siempre he sido, incluso en el dominio de la psiquiatría, favorable a los medicamentos, a la farmacia.

CP: El cansancio ocupa un lugar importante en tu vida, es decir, que a veces uno tiene incluso la impresión de que es una excusa para muchas cosas que te molestan. ¿Te aprovechás del cansancio? ¿Te sirvió siempre?

GD:  Yo pienso que eso sucede cuando uno ve su salud aquejada. Volvemos entonces al tema de la potencia: ¿qué es realizar un poco de potencia, hacer lo que se puede, hacer lo que está dentro de mi potencia? Es una noción bastante compleja, porque en lo que nos afecta de impotencia se trata de saber qué uso se puede hacer de ello para, a través suyo, recuperar un poco de potencia. Así, lo cierto, es que la enfermedad debe servir para algo. No hablo sólo en relación a la vida, en la que debe dar un sentimiento. Para mí la enfermedad no es una enemiga, porque no es algo que dé el sentimiento de la muerte: es algo que agudiza el sentimiento de la vida, pero no lo hace en modo alguno en el sentido de: “¡Ah, cómo me gustaría vivir y cómo voy a vivir una vez que me cure!” Creo que no conozco nada más abyecto en el mundo que lo que se denomina un vividor. Por el contrario, los grandes vividores son personas de salud muy delicada. La enfermedad agudiza una especie de visión de la vida o de un sentido de la vida, la vida en toda su potencia, en toda su belleza. Cuando digo “visión de la vida” y “vida”, me refiero a verse atravesado por ella. Pero, ¿cómo tener beneficios secundarios de la enfermedad? Es muy sencillo: hay que aprovecharla para ser algo más libres. Se trata de trabajar y de realizar una potencia cualquiera, eso vale la pena, pero fatigarse en exceso, no lo comprendo. (yo voy aprendiendo esto bastante bien eh?)
Entonces, sacar partido de la enfermedad, significa, en efecto, liberarse de cosas de las que uno no puede liberarse en una vida normal y corriente. Personalmente, nunca me gustó viajar, y nunca pude ni supe viajar, y al tener una salud tan pobre me sentía respaldado para declinar todo viaje. Lo mismo con acostarse muy tarde: siempre me resultó muy duro.

CP: Y el cansancio?, ¿Lo ves como la enfermedad?

GD: El cansancio es otra cosa. Para mí significa: hoy hice lo que pude y ya está, la jornada biológicamente terminó. Ahora bien, puede que tenga que continuar, por otras razones, por razones sociales, pero el cansancio es la formulación biológica de que la jornada terminó: ya no sacarás nada de vos mismo. Y a este respecto, no es un sentimiento desagradable. Es desagradable si uno no hizo nada, entonces, claro, se torna angustioso. Pero si no es así, está bien. Está bien, son estados de cansancio. Yo siempre fui muy sensible a los estados un poco fofos, a los cansancios fofos. Me gusta mucho ese estado cuando llega al término de algo. Tendría que tener un nombre musical: no sé cómo habría que llamarlo… el cansancio es una coda (como un epílogo en la música dice internet).

CP: La enfermedad, el cansancio, la vejez… calamidades que se tornan alegres. De todos modos, antes de abordar la vejez, me gustaría que abordáramos tu relación con la alimentación, que es bastante particular.

GD: Para mí comer es una cosa fastidiosa. Beber era una cosa sumamente interesante pero a mí, comer, nunca me ha interesado y me aburre como una ostra. Comer con alguien querido lo cambia todo, pero no transforma la alimentación: me permite soportar tener que comer. La mayoría de la gente confiesa que comer sólo es un incordio abominable. (caramba) Ahora, dicho esto, naturalmente yo me doy mis festines, aunque son algo especiales, habida cuenta de la repugnancia universal que suponen. De la gente que odia el queso (ah?), yo soy uno de los pocos que son tolerantes, es decir, que no me voy ni echo a patadas a los que comen queso; siempre he soportado ese gusto que me parece prácticamente del mismo tipo que el canibalismo: un horror absoluto (eh? es leche con bichitos!!! Riquísimo!!!) Pero bueno, si me preguntan qué llevaría mi plato preferido, lo que sería para mí un festín insensato, lo cierto es que me quedaría con tres cosas, que son las tres que me parecen sublimes y que, sin embargo, son rigurosamente repugnantes: la lengua, los sesos O_O y la médula (ossobuco!). Son cosas muy nutritivas. Y me enteré que hay algunos restaurantes en París que sirven la médula en pequeños dados, los sesos y luego la lengua. Es algo bastante fascinante. Así que, si tratara de encajar esto con lo que hemos dicho, si te fijás, es una especie de trinidad, podríamos decir que los sesos son Dios, el Padre, y que la médula es el Hijo, porque va unido a las vértebras, que son pequeños cráneos. Dios es el cráneo, y los pequeños cráneos-vértebras son el Hijo (el Jesús en mi columna está completamente machucado, pobre de él), y entonces el tuétano es el Hijo, es Jesús, y la lengua es el Espíritu Santo, que es la potencia misma de la lengua. (caramba, hay que  dejar el puchero, Jesús tiene colesterol). O bien podríamos formularlo del siguiente modo: la médula es el afecto, y la lengua es el percepto. Tampoco hay que preguntarse mucho por qué, pero tengo la impresión de que son trinidades. Bueno, para mí sería un plato fantástico.

CP: ¿Y la vejez?

GD: Hay alguien que supo hablar de la vejez: se trata de Raymond Devos claro, siempre se pueden decir más cosas, pero él dijo las mejores. Yo creo que la vejez es una edad espléndida. Por supuesto, hay muchas molestias: uno adquiere una cierta lentitud, y lo peor es cuando uno te dice: “¡Pero si no está usted tan viejo!” Y lo hace porque no comprende lo que es el lamento. Yo me quejo, yo digo: “¡Ay, qué viejo estoy!”, es decir, invoco las potencias de la vejez. Y llega uno y me dice, creyendo que me está animando: “¡Pero si no estás tan viejo!”. En ese momento le daría un bastonazo, no sé lo que podría hacerle, porque para qué decirme eso cuando entono mi lamento por la vejez; por el contrario, hay que decirme que sí, que en verdad estoy viejo. Es una alegría pura.¿De dónde procede la alegría, aparte de esa lentitud? Pero entonces, ¿qué es lo terrible? Lo terrible en la vejez –tampoco hay que reírse- es el dolor y la miseria, pero eso no es la vejez. La pobreza la puede hacer patética, porque es una condición en la que la gente no tiene dinero suficiente para vivir, ni el mínimo de salud, ni la salud delicada de la que hablo:  eso es lo abominable, no la vejez. La vejez no es un mal en absoluto. Con dinero suficiente y salud suficiente, es formidable. ¿Y por qué es formidable? En primer lugar, porque ya no queda más que la vejez, ante todo, uno ya llegó, no es poca cosa. No es un sentimiento de triunfo, pero el hecho es que uno ya llegó. Después de todo, en un mundo que trae consigo guerras, porquerías de virus y todo lo demás uno atravesó todo eso. Y es un momento en el que ya no se trata de algo: es ser. Ya no hay “ser esto o aquello”, es ser. El viejo es alguien que es y punto. Se ganó el derecho de ser a secas porque, en cualquier caso, un viejo, siempre puede decir que tiene proyectos. Pero esto es y no es verdad. Son proyectos, pero no en el sentido en que alguien de 30 años tiene proyectos. Yo espero poder escribir dos libros más. Espero poder hacerlo, lo que no quita que esté libre de todo proyecto, soy libre. Cuando uno es viejo ya no es susceptible y, además, ya no se lleva ninguna decepción fundamental. Quiero decir que uno es mucho más desinteresado, uno quiere a la gente, realmente, por sí misma. Yo tengo la impresión, por ejemplo, que la vejez afina la percepción de las cosas que antes no habría visto, de las elegancias a las que no me había mostrado sensible: las veo mejor porque miro a alguien por sí mismo, casi como si para mí se tratara de llevarme una imagen, de extraer de esa persona un percepto. Todo eso hace de la vejez un arte. Ahora bien, claro que hay angustias con la vejez, pero se trata de evitarlas, de conjurarlas. Es fácil conjurarlas – es un poco como con el cuco o los vampiros, que por lo demás me encantan- no hay que quedarse solo por la noche, cuando empieza a hacer frío, porque uno es demasiado lento para salir del apuro. Y luego, lo maravilloso es que la gente te abandona, la sociedad te abandona, y eso de ser abandonado por la sociedad es de una tal felicidad… claro, cuando oigo a algunos viejos quejarse, son aquellos que no soportan la jubilación, y desde luego no sé por qué no tienen más que leer novelas. No creo en los jubilados que no pueden estar sin hacer algo – salvo, tal vez, en el caso de los japoneses-. Es una maravilla; sí, te abandonan, ¿y qué? Basta sacudirse un poco para que caigan todos los parásitos que tuviste en la joroba toda la vida. Caen: ¿y qué queda a tu alrededor? Tan sólo gente a la que querés y que te soporta, que te quiere también cuando hace falta: el resto, te abandonó. Ya no conozco la sociedad sino a través del recibo de la pensión todos los meses. La catástrofe llega cuando hay alguien que cree que sigo formando parte de ella, y que me pregunta, me pide una entrevista, una conversación y todo eso; me dan ganas de decirle: “No, la cabeza ya no me funciona, ¿no estás al tanto de que soy un viejo, de que la sociedad me abandonó? Igual, lo que estamos haciendo ahora es algo completamente diferente, porque forma parte de mi sueño de vejez. Yo creo que se confunde “ser viejo” con ser miserable y estar enfermo. Creo, de hecho, que un viejo miserable y enfermo no llega a ser un viejo “puro”.
mi vampiro José

CP: ¿Te referís a una idea de viejo?

GD: Es el ser, sí.

CP: Para acabar, los proyectos, por ejemplo: cuando abordás tus proyectos de próximos libros ¿Qué tiene de divertido abordar esos proyectos ya viejo, dado que decías que tal vez no llegarán a buen puerto?
GD: Es una cosa maravillosa. Ante todo, porque cuando es viejo hay no obstante una evolución. Alcanzar una sobriedad, que sólo puede llegar tarde. Entonces, ante todo, encuentro muy alegre ponerme a mi edad a investigar qué es la filosofía y tener la impresión de que lo sé, de que soy el único que lo sabe, y que si me muriera atropellado por un colectivo nadie podría saber qué es la filosofía. Se trata de cosas sumamente agradables para mí.





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