Estas letras son delirantes!
CP:
Llegamos al final, así que vamos rápido.
“U” es
el “Uno”;
“V” es
el “Viaje”;
“W” es
el no a “Wittgenstein”;
“X” es
una desconocida;
“Y” se
la dejamos a los platónicos
Y la
“Z” es la frutilla del postre.
Vamos
con la U. Uno. Un.
La filosofía o la ciencia tratan de lo universal. Sin embargo, vos siempre
decís que la filosofía debe permanecer en contacto con singularidades. ¿No hay
en ello una paradoja?
GD: No,
no hay paradoja porque la filosofía, e incluso la ciencia, no tienen
rigurosamente nada que ver con lo universal, de modo que se trata de ideas
recibidas, ideas de opinión. La opinión sobre la filosofía es que trata de
universales, la opinión sobre la ciencia es que trata de fenómenos universales,
que siempre pueden repetirse, etc. Pero incluso si observás una fórmula como
“todos los cuerpos caen”, lo importante no es que los cuerpos caigan: lo más
importante es la caída y las singularidades de la caída. Estamos de acuerdo con
que las singularidades científicas como las singularidades matemáticas en las
funciones, o las singularidades físicas, o las químicas (punto de congelación,
etc) son reproducibles, ¿y qué? Son fenómenos secundarios, son procesos de
universalización, pero de lo que trata la ciencia no es de universales, sino de
singularidades. “Punto de congelación”: ¿cuándo cambia de estado un cuerpo,
cuándo pasa del estado líquido al sólido? La filosofía no trata del Uno, del
Ser… eso son pavadas. Trata también de singularidades. Sería preciso preguntar
qué son las multiplicidades. De hecho nos encontramos siempre con
multiplicidades que son conjuntos de multiplicidades. La fórmula de la
multiplicidad o de un conjunto de singularidades es n-1, es decir: el Uno es lo
que hay que sustraer siempre.
La
filosofía no trata de universales. Mirá, si querés, podríamos hacer tres tipos
de universales: están los universales de contemplación (las Ideas con “i”
mayúscula); están los universales de
comunicación y finalmente, los de
reflexión. Ello implica que se defina a la filosofía ya como contemplación, ya
como reflexión, ya como comunicación. En
los tres casos, resulta cómico, resulta francamente gracioso. El filósofo que
contempla, de acuerdo, hace reír a todo el mundo; el filósofo que reflexiona no
hace reír, pero es aún más tonto, porque nadie necesita a un filósofo para
reflexionar. Así, los matemáticos, no necesitan ningún filósofo para
reflexionar sobre sus matemáticas; un artista no necesita buscar un filósofo
para reflexionar sobre la pintura o sobre la música. En fin, decir que la
filosofía es “una reflexión sobre” es despreciar a la filosofía y a aquello
sobre lo que se supone que ha de reflexionar. En cuanto a la comunicación, de
esto no hablo, porque la idea de que la filosofía es la instauración de un consenso
en la comunicación a partir de universales de la comunicación es la idea más
divertida que hemos podido jamás escuchar. La
filosofía no tiene rigurosamente nada que ver con la comunicación. La
comunicación se basta muy bien a sí misma; es una cuestión de opinión y de
consenso, es el arte de las interrogaciones. La filosofía consiste en crear
conceptos, y esto no es comunicar. Y el arte no es la ciencia, ni la filosofía:
no es contemplativo, ni reflexivo, ni comunicativo: es creativo, eso es todo.
CP:
Entonces, dejamos a un lado los universales.
Pasemos directamente a V, los viajes. Y esto es la demostración de que un
concepto es una paradoja, porque vos inventaste una noción, un concepto – el
“nomadismo”- pero odiás los viajes. Podemos hacer esa revelación, a estas
alturas de la conversación: “Deleuze odia los viajes”. Primero, ¿por qué los
odiás?
GD: No
odio los viajes, odio las condiciones, para un pobre intelectual, en las que se
viaja. Tal vez, si viajara de otro modo, adoraría los viajes. ¿Qué quiere decir
viajar? Quiere decir ir a una conferencia al otro extremo del mundo si es
preciso, y con todo lo que ello acarrea antes y después: hablar antes con gente
que te recibe amablemente, hablar después con gente que te ha escuchado amablemente –hablar,
hablar, hablar… El viaje de un intelectual es lo contrario de un viaje. Ir al
otro extremo del mundo para hablar y para ver a gente antes y después, es algo
que podría hacer en su casa. Es un viaje monstruoso. Entonces, dicho esto, lo
cierto es que no tengo ninguna simpatía por los viajes; no obstante, no lo
considero un principio, no pretendo tener razón. ¡Dios me libre!
En mi
caso ¿qué hace que el viaje me resulte antipático? Por un lado, tiene siempre
un aspecto de falsa ruptura, de una ruptura barata. Y, en fin, a mí me pasa enteramente lo que
decía Fitzgerald: “No basta un viaje para hacer una verdadera ruptura”. Si
querés hacer una ruptura, hacé otra cosa en vez de viajar, porque, al fin y al
cabo, ¿qué ve uno? La gente que viaja, viaja mucho y luego, sintiéndose incluso
orgullosa de ello, dice que es para encontrar a un padre. Hay grandes
periodistas que hacen libros sobre ello: han estado en todas partes, en
Vietnam, en Afganistán, donde quieras, y dicen fríamente que siempre estuvieron
en busca de un padre. El viaje no vale la pena, y a fin de cuentas me parece
muy edípico en este sentido. Entonces, pienso que no, que así no puede ser. Me
parece que para la segunda razón que quiero dar hay una frase admirable, como
siempre, de Beckett, que hace pronunciar a uno de sus personajes (más o menos,
cito mal, lo dice mucho mejor que yo): “Después
de todo uno es estúpido, pero no tanto como para viajar por placer”. Esta
frase me parece plenamente satisfactoria: yo soy estúpido, pero no tanto como
para viajar por placer. Y bueno, queda un tercer aspecto del viaje. Vos me
llamás “nómada”: sí, siempre me han fascinado los nómadas, pero precisamente
porque son gente que no viaja. Puede haber gente enormemente respetable que sea
vea obligada a viajar: los exiliados, los emigrantes. Se trata de un tipo de
vije que no tiene nada de gracioso, porque son viajes sagrados, viajes
forzados. Pero los nómadas viajan poco. Lejos de viajar, permanecen literalmente inmóviles, todos los
especialistas en los nómadas lo dicen: no viajan porque no quieren irse, porque
se aferran a la tierra, su tierra. Ella se convierte en un desierto pero ellos
se aferran a ella: nomadizan a fuerza de querer quedarse en una tierra. Así,
pues, en cierto sentido podemos decir: nada es más inmóvil que un nómada, nadie
viaja menos, son nómadas porque no quieren irse. Y es por esa razón que están
tan absolutamente perseguidos. Y al respecto del prácticamente último aspecto
del viaje que lo hace muy poco atractivo para mí, hay una frase muy hermosa de
Proust que dice: “Al fin y al cabo, ¿qué hacemos cuando viajamos? Siempre
verificamos algo. Verificamos que tal color que hemos soñado se encuentra allí
en efecto”. Y a esto añade lo que es muy importante: “Un mal soñador es alguien que no va a comprobar si el color que ha
soñado está allí de verdas, pero un buen soñador sabe que hay que ir a
verificar si el color realmente está allí”. Y ésta, pienso, es una buena
concepción del viaje.
CP: ¿Te
parece que es una fantástica regresión?
GD: No,
al mismo tiempo, hay viajes que son verdaderas rupturas; por ejemplo Lawrence…
sí. Hay grandes escritores por los que siento una enorme admiración y que
tienen un sentido del viaje… Por ejemplo, pienso en los viajes de Stevenson.
Pero cuidado, que con esto no digo nada: lo que digo no tiene ninguna
generalidad. Creo que, al menos en lo que me concierne, alguien a quien no le
gustan los viajes debe tener esas cuatro razones.
CP: ¿Y
tu odio de los viajes está vinculado a tu lentitud natural?
GD: No,
porque uno concibe viajes muy lentos. Sí, en todo caso, no tengo necesidad de
moverme. Todas las intensidades que
tengo son intensidades inmóviles. Las intensidades se distribuyen en el
espacio o bien en otros sistemas, pero no necesariamente en el espacio
exterior. Yo te aseguro que cuando leo un libro que admiro, que me gusta, la
verdad, tengo entonces la impresión de atravesar estados tales, emociones
semejantes, que un viaje nunca me ha proporcionado. Así que, para qué ir a
buscar esas emociones, que no me convienen mucho, cuando están a mi alcance,
con mayor hermosura, en sistemas
inmóviles, como la música o la filosofía. Con ello quiero decir que hay una
“geomúsica”, hay una “geofilosofía”… son países profundos. Y además son mis
países, sí.
CP:
¿Las tierras extranjeras?
GD: Son
mis propias tierras extranjeras, que yo no encuentro en los viajes, no, no.
CP:
Bueno, sos la ilustración perfecta de que el movimiento no reside en el
desplazamiento, pero después de todo viajaste un poco, estuviste en Líbano
(porque diste conferencias), en Canadá, en Estados Unidos.
GD: Sí,
claro que lo hice. Hice demasiados. Aunque debo decir que siempre fui
arrastrado. Ahora ya no lo hago, pero jamás debería haberlo hecho. Además, en
aquella época me gustaba andar (recuerdo que recorrí Beirut a pie de sol a sol,
sin saber adónde iba, realmente me gustaba eso), pero ahora me cuesta más, así
que ya ni siquiera me lo planteo. Todo eso se acabó.
CP:
Bueno, pasemos a la W.
GD: ¡no
hay nada en la W!
CP: Sí,
es Wittgenstein; ya sé que no sifnifica nada para vos, pero me gustaría que
dijeras sólo unas palabras…
Ludwig Wittgenstein |
GD: De
eso nada, no. No quiero hablar de eso. Para mí es una catástofre filosófica, es
el tipo mismo de una escuela, es una regresión masiva de toda la filosofía. El
caso Wittgenstein es muy triste: es la pobreza instaurada como grandeza; en
fin, no hay palabras para describir ese peligro que no es la primera vez que se
repite, pero es grave. Los wittgenstenianos han montado un sistema de terror so
pretexto de hacer algo nuevo. Si se salen con la suya, entonces se habrá
cometido un asesinato de la filosofía. Son asesinos de la filosofía.
CP: ¿Y
es grave?
GD: Sí,
sí… ¡Es precisa una gran vigilancia!
CP:
Bueno, la X es una
desconocida; la Y
es indecible, así que pasamos directamente a la última letra del alfabeto, y la
última letra del alfabeto es la Z.
GD:
Mirá, no viene mal.
CP:
Bueno, no es la Z
del Zorro justiciero (como hemos podido saber a lo largo de este alfabeto, no
te gustan los juicios), sino la Z
de la bifurcación, del relámpago.
GD: Sí.
CP: La
que aparece en el nombre de los grandes filósofos: Zen, Zaratustra, Leibniz,
Spinoza, Nietzsche, Bergzon y, por supuesto, Deleuze…
GD: Ah,
sos muy ingeniosa con Bergzon (porque no
se escribe con z)
y muy atenta conmigo. La Z
es una letra formidable, que además nos devuelve a la A… la mosca, el Zen de la mosca,
el zeg-zeg, el zig-zig de las moscas, el zig-zag. Es la última palabra, no hay
palabras después del zig-zag… está bien terminar ahí. Y bueno, ¿qué ocurre, en
efecto, en la Z? El
Zen es lo inverso de nez (nariz) que, a
su vez, es un zig-zag. El movimiento, la mosca: ¿qué es eso? Es tal vez el
movimiento elemental, es tal vez el movimiento que ha presidido la creación del
mundo. En este momento, como todo el mundo, me intereso por cosas: leo sobre el
big-bang, la creación del universo, la curvatura infinita, todo eso. Hay que
decir que, en el origen de las cosas, no está el big-bang, está la
Z. La bifurcación debería ser reemplazada
por la Z, que es el
Zen, que es el trayecto de la mosca. ¿Y esto qué significa? Para mí es lo que
decíamos antes sobre que no hay universales, sino conjuntos de singularidades.
La cuestión es: ¿cómo poner en relación singularidades inconexas, o poner en
relacion potenciales si hablamos con los términos de la física? ¿Podemos
imaginar un caos lleno de potenciales? Ahora, ya no me acuerdo qué disciplina
vagamente científica tiene un término al respecto que me gustó tanto que lo
utilicé en un libro. Allí se explicaba que entre dos potenciales se produce un
fenómeno, que era denifido mediante la idea de un “precursor sombrío”. El
“precursor sombrío” es lo que pone en relación potenciales diferentes, y que
una vez realizado su trayecto, los dos potenciales entran como en estado de
reacción, donde fulgura el acontecimiento visible: el relámpago. Así, pues, tendríamos el precursor sombrío
y luego el relámpago, y bueno, así nace el mundo: siempre hay un precursor
sombrío, al que nadie ve, y luego el relámpago que ilumina, y eso es el mundo.
O el pensamiento debería ser así, la filosofía debería ser eso: la gran Z, ¿no?
Y esa es también la sabiduría del Zen. El sabio es el precursor sombrío, y
luego el estacazo, porque el maestro Zen se dedica a repartir estacazos: el
estacazo es el relámpago, que hacer ver las cosas. Y así hemos terminado,
porque…
CP:
¿Estás contento de llevar una Z en tu nombre?
GD: ¡Me
encanta!
CP:
Fin.
GD: Qué
gusto haber hecho esto… ¡Póstumo,
póstumo!
CP: Post-Zume
GD: ¡Ya
está! Y muchas gracias por toda tu atención.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Podés dejar tu comentario aquí cuando te plazca.(Leave your comment here).